La lectura es una actividad intelectual clave para el desarrollo integral de las personas. No se limita únicamente al reconocimiento de palabras o frases, sino que implica una comprensión profunda, crítica y reflexiva de los contenidos, permitiendo al lector construir significados propios a partir de la interacción con el texto. Según Paucar, Llacsa y Meleán (2024), la lectura favorece el desarrollo de habilidades cognitivas superiores, como el pensamiento crítico, la creatividad, la empatía y la capacidad de análisis, convirtiéndose así en un instrumento de transformación personal y social.
En el proceso educativo, la lectura constituye un medio esencial para el aprendizaje significativo. Es a través de ella que los estudiantes acceden al conocimiento, fortalecen sus habilidades lingüísticas y desarrollan competencias comunicativas que les permiten desenvolverse con éxito en diversos contextos. La lectura estimula la memoria, la concentración y la capacidad de razonamiento, al mismo tiempo que enriquece el vocabulario, mejora la ortografía y refuerza la estructura gramatical del lenguaje.
Además, Paucar et al. (2024) subrayan que fomentar el hábito lector desde la educación primaria tiene un impacto directo en el rendimiento académico de los estudiantes. Aquellos que leen con frecuencia desarrollan una mayor autonomía en su proceso de aprendizaje, lo cual se traduce en una actitud más proactiva hacia el estudio y la resolución de problemas. La lectura, por tanto, no solo permite adquirir conocimientos, sino que también fortalece la estructura mental del individuo, dotándolo de herramientas necesarias para interpretar y actuar en su entorno.
La relación entre lectura y aprendizaje es también de carácter social. Los autores destacan que el hábito lector debe ser promovido desde el hogar, reforzado en la escuela y acompañado por los docentes. Es responsabilidad compartida de las familias y las instituciones educativas cultivar un entorno favorable que despierte en los niños el gusto por la lectura, no como una obligación académica, sino como una práctica placentera y significativa. En este sentido, se vuelve fundamental ofrecer a los estudiantes textos adecuados a su edad e intereses, así como generar espacios de lectura que motiven la exploración, la curiosidad y el diálogo.
Asimismo, el estudio plantea que los beneficios de la lectura se extienden más allá del ámbito escolar. Leer ayuda a formar ciudadanos con capacidad de juicio, participación democrática y compromiso social. Es, por tanto, una práctica que fortalece la educación en valores y contribuye a la construcción de una sociedad más justa, informada y solidaria.
En sí, la lectura no solo es una competencia académica fundamental, sino también un factor determinante para el desarrollo personal y social del estudiante. Su estrecha relación con el aprendizaje implica que debe ser incentivada desde las primeras etapas de la formación, no solo como una habilidad instrumental, sino como un medio para crecer, reflexionar y transformar la realidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario