La lectura es un proceso psico cognitivo complejo que implica la captación simultánea de símbolos y números, mediado por intenciones, preconceptos y simbolismos culturales. Lejos de ser una actividad pasiva, leer activa la mente como organizadora de significados. Desde el enfoque neurocientífico, involucra áreas cerebrales relacionadas con la decodificación fonológica, comprensión semántica, memoria operativa, pensamiento deductivo y regulación emocional (Cobo Jiménez , 2017).
Este acto va más allá de la mera recepción de información: incide profundamente en la cognición y en la construcción de la inteligencia abstracta. Las personas que aprenden con profundidad no solo acceden a diversos conocimientos, sino que también se enfrentan a la complejidad y la incertidumbre, desarrollando habilidades para contextualizar y resolver problemas.
Además, la lectura potencia la neuroplasticidad, creando nuevas conexiones neuronales y fortaleciendo las existentes, especialmente cuando se enfrenta a textos complejos. Esto mejora no solo la comprensión, sino también la capacidad crítica e interpretativa, convirtiendo al lector en un aprendizaje autónomo que trasciende los límites de la educación formal.
Igualmente, la lectura fortalece las habilidades socioemocionales, muchas veces subestimadas en el ámbito pedagógico. Conectarse con historias y reflexiones permite al lector desarrollar empatía, cuestionar creencias y comprender la complejidad de la experiencia humana. Así, leer fomenta una identidad ética, crítica y sensible (Sánchez Ortiz y Sánchez Hurtado, 2022).
Por consiguiente, la lectura es una práctica transformadora, no solo intelectual sino emocional y ética. Es una herramienta esencial para el pensamiento complejo, la reflexión profunda y el cambio social. Promoverla es urgente en una sociedad marcada por la superficialidad y la inmediatez.
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