La lectura tiene una larga trayectoria que comienza desde las primeras civilizaciones. En la antigüedad, se practicaba como un acto oral, colectivo y reservado a las élites religiosas o administrativas. Las primeras formas de lectura surgieron con los sistemas de escritura en Mesopotamia y Egipto, como el cuneiforme y los jeroglíficos. En Grecia y Roma, aunque la alfabetización fue más extendida, la lectura continuaba siendo principalmente en voz alta y era vista como un proceso compartido.
Durante la Edad Media, la lectura quedó limitada a los monasterios, donde los monjes copiaban e interpretaban textos religiosos. Fue en este período donde surgió el códice, antecesor del libro moderno, lo que facilitó el acceso a la información escrita. Ya en el Renacimiento, con la invención de la imprenta por Gutenberg, la lectura se expandió considerablemente, permitiendo que más personas tuvieran acceso a textos impresos y promoviendo una lectura más silenciosa e individual.
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